29 jul 2008

Triste Fin de una Historia de Amor y Desamor

Vino primero, pura, vestida de inocencia, y la amé como un niño. Nos fundimos en uno solo y firmé para ella la mitad que más me gustaba de mi alma. Debí haberle pedido lo mismo, pero quizá fuera que sabía en el fondo de mi ser que no me lo iba a dar.

Estaba ciego de no ver, y las noches pasaban con ella y conmigo riendo y buscando poemas en los cubos de basura. Llegué a creerme que todo aquello le divertía tanto como a mí. Pero fui estúpido, o ciego, o las dos cosas, que en el tema que nos ocupa vienen a ser lo mismo.

Escribí para ella los poemas más hermosos y sinceros que jamás mi mano logró firmar, pero nunca los agradeció, creí que su silencio era una muestra más de su humildad... ¡Cuán equivocado estaba! nunca jamás le importé, y yo seguía ciego y queriéndola, estúpido y amándola, loco y deseándola con todas mis fuerzas.

La amé locamente, como siempre he amado. Su belleza era todo lo que necesitaba para sonreír cuando, en las noches más oscuras, me veía atrapado en los callejones estrechos y malolientes de mi vida, creí que en su abrazo me reconfortaba, me amaba, pero sólo quería atarme más y más a su cruel desdén. Y yo la seguía amando, a pesar de todo, aunque no me mostrara cariño ninguno, yo simplemente pensaba que era una mujer difícil. Una mujer difícil que me amaba.

Me costó mucho abrir los ojos, fueron muchos los golpes que me tuve que llevar para aceptarlo. Muchos más de la mitad los recibí en el corazón. Y desperté del largo sueño de la ceguera. Abrí los ojos y descubrí las medias verdades que jamás contaba. No me quería. Jamás lo hizo... Y lloré, lloré como un niño, como el niño que la conoció, como el niño que ya no soy... lloré por ella una última vez.

Un día le dije "Te dejo", y no me contestó, sólo me obsequió con una fugaz mirada, acompañada de una sonrisa cínica, y siguió contemplando el mar que tanto le gustaba. No me creía capaz, y reconozco que yo tampoco me sentía del todo capaz cuando se lo dije.

Acabo de hacer las maletas.

Lo tengo decidido.

La dejo.

A lo mejor algún día vuelvo, pero entonces será ella quien me quiera y yo quien no lo haga. O tal vez sí que lo haga, soy así de estúpido, de ciego, de loco, y para entonces sí, para entonces se firme el idilio perfecto que soñó un niño que la vio pura, vestida de inocencia, y la amó.

De momento, he encontrado quien me da más, mucho más, que ella.

Adiós, le digo.

Adiós, te digo, Valencia.

Tal vez vuelva, no lo sé. Pero necesito tiempo y distancia para amarte de nuevo como cuando era un niño que te vio pura, vestida de inocencia, y te amó.